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Lunes 17 de Diciembre de 2012
Recientemente recibí por correo electrónico un escrito que me pareció muy interesante y del cual no registraba autoría. El texto se denomina “El fin de la conversación”, en su contenido plantea esencialmente que en algunos restaurantes europeos, les están decomisando a los clientes sus teléfonos celulares. Los que lo hacen, son una corriente de personas que busca recobrar el placer de comer, beber y conversar sin que el celular interrumpa una reunión de personas.
Seguramente usted ya no se acuerda de lo que es sostener una conversación de corrido, larga y profunda, sin que su interlocutor lo deje con la palabra en la boca, porque suena su celular. Es común que las reuniones de trabajo sean interrumpidas y en algunos casos se disuelvan porque los presentes “deben” atender sus llamadas “urgentes” por celular.
Las llamadas por teléfono móvil y las aplicaciones de mensajería que utilizan las plataformas de Internet como Whatsapp, Viber, Facebook tienen como esencia acercar a los lejanos y alejar a los cercanos. En otras palabras, es como si los que están cerca no importaran; sólo importan los que se hacen presentes por mensaje o llaman.
El texto aludido señala que el teléfono se ha convertido en un verdadero intruso. Antes, la gente solía buscar un rincón para hablar. Ahora se ha perdido el pudor. Todo el mundo grita por su móvil, desde el lugar mismo en que se encuentra. Señala además que, impresiona la dependencia que tenemos del teléfono y que se prefiere perder la cédula profesional que el móvil, pues con frecuencia, la tarjeta funciona más que nuestra propia memoria. El celular más que un instrumento, parece una extensión del cuerpo. La dependencia es tal que puede verse su impacto psicológico: casi nadie puede resistir la sensación de abandono y soledad cuando pasan las horas y éste no suena.
Sin duda el móvil, el que trae una oficina en un aparato pequeño y ligero, con atractiva pantalla, rápido en navegación, con aplicaciones para todos los gustos y necesidades, se ha convertido en un elemento indispensable en la vida cotidiana de cientos de millones de personas . Con ellos se puede establecer el don de la ubicuidad, al tiempo que debe preocupar que mientras más nos comunicamos en la distancia, menos nos hablamos cuando estamos cerca.
Refiere el autor anónimo del texto, que ha visto a muchos de sus colegas enajenados y absortos en el chat de este invento. Un pitido que anuncia la llegada de un mensaje y el personaje que uno tiene enfrente se lanza sobre el teléfono. Casi nunca pueden abstenerse de contestar de inmediato dando la conversación personal al traste.
Un artículo publicado este año en CNN señala que los teléfonos inteligentes ocupan un lugar preponderante en la vida de los mexicanos y no se separan de ellos ni siquiera cuando realizan otras actividades: el 59% los usa al escuchar música, el 38% mientras mira televisión, 25% mientras juega con videojuegos, 22% al ver películas, 17% al leer revistas y periódicos y el 14% mientras lee un libro y seguramente –esta es una especulación propia- un 90% cuando va al baño y un 100% cuando conversa.
Sin duda la telefonía y la mensajería ahora, junto con el uso de las redes sociales virtuales se ha convertido, cito el texto, en la tiranía de lo instantáneo, de lo simultáneo, de lo disperso, de la sobredosis de información y de la conexión con un mundo virtual que terminará acabando con el otrora delicioso placer de conversar con el otro, frente a frente. Y yo estoy de acuerdo.
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